La vida de Maximiliano Carreras (extracto).


Unos días después, el siempre imposible Maximiliano Carreras, empezó a plantearse lo que esa nota había supuesto para el resto de su vida.
Aquella mañana se levantó media hora más tarde que de costumbre: tiene gracia -pensó-, parece que este martes es más sábado que otra cosa. Fue a la cocina, hizo café para dos mientras se fumaba el primer cigarrillo del día, y para tomárselo esperó a terminar de acordarse del chiste que le contaron ayer y que recién ahora le empieza a hacer gracia. Luego fue a mear, se puso una corbata oscura y escribió la nota:
"Querida Paula, no me esperes para el almuerzo, me voy a la mierda como bien me has recomendado. Espero que el sitio no esté tan mal, aunque ya se sabe, todos los hoteles son iguales. No olvides dar de comer al gato. Max".
Salió de su casa (que nunca había sido tan de él como lo era de ella) con una maleta de cuero hecha del día anterior y se perdió en el frío de la ciudad apenas despierta rumbo al trabajo. Igual que todos los días, pero sustancialmente distinto.

Preludio de invierno.


El otoño, que mata a los mosquitos,
tapa con ropas de entretiempo
las apetitosas carnes de las jóvenes bañistas
y apenas deja descanso para añorar
un calor que fue ayer tan vilipendiado.
Da paso a un frío que durará todo el invierno
pero que se empeña en cumplir apresurado,
y arranca con un viento que nos pareció de olvido,
la felicidad de los pájaros y los enfermos.

Ahora que las luces de agosto se apagaron
y que septiembre se arrastra por si acaso,
me anticipo y me doy cuenta:
lo peor del invierno no es el frío,
es el recuerdo del verano.

Primera muerte: asesinato.


Cuánto tiempo busqué aquel amor
con el que me mataste...
¿Fui un mártir o una víctima más
de tu corazón psicópata?

Motivos suficientes.


Porque estamos solos, calavera,
y ni los ovnis nos visitan en el hospital.
Porque arde la calle en Antequera
y el gato tan triste y azul está...
Porque no hay quien te entienda, puñetera
felicidad.
Porque las mujeres se van con cualquiera
(tal vez hoy no, pero mañana dios dirá).
Porque las desgracias y el mar, las pateras,
salen sin son en la tele, puta realidad.
Porque se ha muerto Chavela
y la noticia nos ha sentado fatal,
porque palma una tortillera
que siempre va a ser inmortal.
Porque en la música no hay manera
de comerse una rosca de pan.
Porque devienen la priva y la borrachera
siempre en resaca matinal.
Porque una disculpa ha de ser hortera
con un "te quiero" al final
y porque la cosa es de aquella manera,
te ofrezco mi eterna amistad.


Jugar a las damas.


La historia está plagada de mujeres trágicas,
igual que aquella primera dama
que, vestida de rosa,
se arrastró por el capó del descapotable
pintado de negro
para recoger un trozo del cráneo
desprendido del cadáver del presidente:
su marido recién muerto
por dos disparos misteriosos
que le volaron la tapa de los sesos
y borraron la sonrisa de aquel desfile
en Dallas.

Porque son las mujeres siempre
las que recogen los trozos del cadáver del marido
aunque vestidas de rosa vayan,
y los hombres somos el presidente muerto
o el que le dispara desde la ventana.

Chau.

Al tomate.


Rojo sol, gota de sangre,
el gordo de la escuela:
hortensia fea la tomatera,
manzana distinta es el tomate.

Gazpacho, hemorragia de hambre,
digestión que deja estela
porque el ajo no se espera
y llega en eructo cual calambre.

¡Cómo puede ser manjar
fruta que no es el pan
ni el pescado ni la carne?

Chau.

De las imposibilidades y desesperaciones del amor.


Es imposible que me quieras
todo eso que dices que me quieres
tan rotunda todas las veces y cada una
porque, si te digo la verdad,
ni siquiera lo veo humano.
Cosa de ángeles, tal vez,
o de santos, pero no de hombres.
Sin embargo, no te alarmes:
yo me aferro a ello como un tonto,
hago como que lo creo posible
y me enorgullezco, confío en ti
henchido por tu optimismo joven
y lloro.
Lloro no por sentirme inferior
o indigno de esa competición feroz
que me planteas con entusiasmo,
sino porque tu belleza de mujer
ablanda mi seso y mi sexo de tal manera
que entonces me planteo si acaso no será mentira
todo lo mucho que te quiero,
porque te quiero tanto y tan terrible
que no lo veo posible, que no lo veo moral ni humano.

Antibiografía breve.


Hay una clase de persona en el mundo que siempre lo sabe todo. 
Esa gente tiene una opinión formada de lo que le preguntes, mejor dicho, una mala opinión formada de todo porque nada les complace. Solo lo que ellos hacen es lo mejor y está bien hecho. Para esa gente, el mundo es imbécil menos el Yo. Son antipáticos por norma y dejan claro siempre su punto de vista, si es necesario (y mucho mejor) denigrando al contrario.
Es un tipo de gente dogmática, insoportable, orgullosa y egocéntrica. No caen bien porque, obvio, son insufribles. O todo lo contrario: son los más carismáticos porque saben embaucar al más débil. Necesitan ser el centro de atención siempre y, sin lugar a dudas, tienen un desorden psicológico en alguna parte del subconsciente, una carencia afectiva o algún síndrome. Esta manera de ser de que les hablo, necesita de inventarse una forma de vivir paralela. Hasta países y reinados nuevos para alimentar el ego.
Se preguntan ustedes lo que debe ser tener una de esas personas, o mejor definido, uno de esos monstruos sentimentales, como amigo, familiar o conocido, incluso vecino. Y no se acercan ustedes a imaginar ni la décima parte de la desgracia. Aguantar discursos recalcitrantes, frases sectarias, y moralinas intolerantes a todas horas es un completo infierno.
Por qué les digo todo esto, porque quiero que sepan que yo no sé lo que soy, pero ante todo, estoy seguro de que no soy una de estas personas. Estas personas son las que se han encargado de llenar las bibliotecas de unas autobiografías de tocho y mocho, que es una cosa muy pedante y repulsiva. Por eso yo he decidido escribir una antibiografía breve, para demostrarles que soy el hombre más alejado que existe de todo esto que les describo. Que no me creen es asunto de ustedes, yo aquí lo dejo escrito, pero les advierto que siempre digo la verdad y que son ustedes mentes débiles, creaciones absurdas, borregos, indignos ante mi palabra si no han visto claro que mis palabras son de iluminado.

Las miserias de la vida.


Bukowski me desmonta y despieza como a un cerdo,
como destripar un reloj a martillazos o beberse la resaca
la mayor parte de las veces todo el tiempo con cerveza
(aunque en realidad es Chinaski el despojo,
el alter ego, el fraude social, el que me desasosiega).
Se parecen sus remordimientos y miserias a lo mío,
toda esa mierda escalofriante que se lleva dentro,
la senda del perdedor.
También estoy enfermo siempre. Resfriado, dolorido,
debo ser hipocondríaco como el resto de la gente.
Mi vida es así de recalcitrante, desconsiderada, diogénica,
sobreexpuesta, misantrópica y todo lo demás.
Y esos son mis mejores defectos.

Hoy puse una reclamación enarbolada con letra de imprenta
por mi incompetencia o la del vendedor
en una tienda de esas que venden cosas que pertenecieron
a gente muerta, cosas de segunda mano o de tercera,
pero dudo mucho que la presente a la oficina de consumo y eso
porque al final no sé de quién fue la incompetencia.

Algunos dicen que he perdido el rumbo,
yo también lo pienso. Una vez tuve un rumbo fijo:
era monoteísta y monaguillo, qué maravilloso;
ahora soy pagano: politoxicómano, para más señas,
una confusión de caminos entrecruzados
(esa maraña te hace perder los putos pantalones).
Mi madre estará orgullosa cuando encuentre el hilo,
(tengo que asentar esta cabeza llena de pájaros)
hay que ganar dinero y ser un hombre de provecho
que, jodida casualidad, no es igual que uno aprovechado.
Laura quiere morirse de vieja conmigo me ha dicho,
eso es mucho tiempo y ella es tan joven y guapa
y yo me siento tan usado y sin futuro
que a ver cómo me banco todo eso sin morirme del susto.

Por la ventana entra luz azul, azul casi dorado
de un azul acuoso como humor vítreo. Así es como amanece,
y si te rindes y te duermes hoy deja de ser ayer para siempre.




Sweet Home Buenos Aires


Buenos Aires me mata y de verdad casi me mata
pero sin avisar me abandonó la muerte
y era la segunda mujer que me abandonaba.

Tirado en la cama de un hotel barato de Congreso
en la calle de un sagrado General que no me acuerdo,
a penas sí comí nada que fuera comida o digestivo
mientras esperaba que alguna de las dos
me quisiera o viniera o me llamara.
Pero fue evidente que por mí no vino nadie
y por fin me tuve que cansar de vivir abandonado:
cuando mi borrachera de rigor se fue pasando
hice dos maletas de las de tirar la toalla,
me despedí del Obelisco y Alejandro (un monumento y un amigo)
y a mi casa me volví sin un centavo,
vivo y sin amor, bastante defraudado y sin cojones,
estrenando una remera de dios que era Charly García y sigue siendo
y con diez o quince quilos menos.

Fueron tiempos duros, no te haces una idea,
quiero decir que hasta el ventilador del techo me acosaba,
pero pudriéndome a chorros sobreviví a aquella ciudad
(Sweet Home Buenos Aires) resucitándome en el día tercero
que duró unos siete meses bien aproximados
de los que lo que más recuerdo es que casi no recuerdo nada.
Recuerdo que la vida me supo a whisky y a marlboro
y que no pude escribir mientras duró la estancia,
recuerdo que al volver vi las selvas de Brasil por la ventana
y que en la pared del baño de un restorán leí una vez
que no hay mejor sitio en el mundo que Argentina
para jugar al desamor o al sálvese quien pueda.

Chau.

La caída.


Se cayó por la ventana y tuvo que ser un accidente. Mientras caía le dio tiempo a pensarlo. Él nunca se habría suicidado, amaba a su mujer, la quería, no podría dejarla sola y con esa desgracia de un marido suicida. Además, ¿qué tiene de malo la vida? A él le gustaba vivir, sus amigos decían que era un vividor, ¿cómo iba a suicidarse entonces? No, tuvo que ser un accidente.
Estaba fumando un cigarrillo con la ventana abierta porque a su mujer le molesta el olor y miraba lo lejos que estaba la calle desde allí arriba. Lo de siempre. Había escuchado la voz de ella detrás y de pronto se sintió cayendo al suelo que hace un momento estaba tan lejano. Estaba en pijama y se acababa de dar cuenta de que iba descalzo. Claro, las zapatillas se debieron quedar en casa al salir por la ventana. Ella. ¿Qué había dicho cuando escuchó su voz? Cariño tal vez, qué importaba. ¿Y si fue ella? Pero no, ella siempre lo había querido. ¿O acaso era lo que siempre había dicho? Ella apareció detrás justo antes del accidente. No la vio, pero escuchó su voz justo encima. Pudo ser ella. ¡Tuvo que serlo! Lo había empujado y ahora la estupefacción le produjo una terrible sacudida. A lo mejor tiene un amante. Esas cosas son así, en el cine pasa. Eso que siempre se veía en sus ojos puede que fuera amor, pero quién dice que no era el amor que años atrás le profesaba, o mejor dicho, su recuerdo. Últimamente siempre se quejaba de esto y aquello.
Desde allí en el aire veía borroso el dibujo de las baldosas del suelo. Aquel es el coche de Juan, ese tarado. ¿Y el gato?, ¿no pudo ser que al pisarlo resbalara? No, el gato hacía rato que no se veía, seguro que si miraba debajo del sofá de la sala lo encontraba allí dormido. Madre mía, pero si ni siquiera había acabado de leer la novela de Auster que tanto le estaba gustando. Qué hija de puta, cómo lo había tenido engañado. Fue ella, claro, ahora todo empezaba a estar mucho más iluminado. Ya entendía que aquello no fue un cariño, sino un cabrón. Ya estaba seguro que lo de sus ojos no era amor, era pena. Se apostaría la vida a que llevaba meses preparándolo. Apostarse la vida, qué mierda de chiste. Hacía años que ya no lo amaba, desde la última pelea en el teatro. Ni siquiera lo soportaba. ¿O acaso no tenían baños separados? Seguro que para no aguantar su olor a loción de hombre y sus tardanzas de estreñido. ¿Y qué carajo enterrarán cuando su cuerpo quede despanzurrado en mitad de la calle? ¿Qué van a decir sus amistades?
La mataría su pudiera, pero ya no podrá nunca, obvio. Y ahora qué. ¿Aquello era el fin? Joder, qué muerte más patética. Qué hija de mil puta, ni una muerte decente le ha dejado. El tabaco te va a matar, le decía, y ahora sabía que era una amenaza. Él que la mantuvo tantos años. ¡Si hasta soportó a la suegra viviendo en casa! La vieja lo odiaba, bueno, a él y a todo el mundo. ¡Claro, la suegra! Esa vieja puta haría del testigo necesario para que su hija pudiera parecer inocente, quién se iba a enterar de que lo había matado. A ojos del mundo sería un accidente contado por dos mujeres desoladas.
Mierda, necesitaba una calada, ¿y su tabaco? El cigarrillo seguía pegado a su mano derecha, pero claro, ya no estaba encendido y no llegaba a encender otro. Lo último que le dio lugar a pensar fue que debió dejarlo hace tiempo.

Muerte poética.


Palabra detrás de otra palabra
el veneno lo hizo consumirse en un poema
internándose despacio por su cuerpo.
Cada tilde, cada esdrújula, cada adjetivo,
y cada verso independiente a la metáfora
iba poco a poco avanzando inexorable
por sus venas hacia el destino más terrible.
A su paso, la letra impresa arrasaba todo lo demás.
Destrozaba tejidos, corroía órganos sanos
y hasta descomponía sus sentimientos.
Sangraban sus ojos, se partían los huesos,
se ulceraba su piel, se canceraban los músculos,
se desprendía el pelo limpiando la epidermis.
Al cabo de aquella lectura intensa y tanto sufrimiento
la ponzoña irremediable del glosario
penetró el corazón abriéndolo como una rosa,
el libro se cayó de unas manos
que no pudieron más sostenerlo
y él se desplomó sobre la alfombra
manchándola con los fluídos y su sangre
tal vez vivo pero mucho más muerto.

Chau.


La canción de desamor de los amigos.


Para sentirse bien después del amor
(que es imposible)
hay que secar al sol las humedades,
barrer la casa de puertas a la calle,
saquear el Bar Deliriums Tremens con amigos,
sacar en procesión la corona de espino,
cambiarse de gafas y de calzoncillos,
romperlo todo, llevarse la vida por delante,
cortarse las venas por lo sano,
mentar la soga en casa del ahorcado,
asesinar al rey de Puerco Rico,
inventarse la mitad lo de que no ha ocurrido,
parir sin epidural la canción de los desesperados,
cortar el bacalao de lo que pudo ser y se ha perdido,
cambiarse de mano en mano los anillos.
Escribir los versos más tristes esta noche
para nada que, frente a sus caderas, sea efectivo,
y sus tetas y sus besos y su olvido
o el recuerdo de todo eso menos de su olvido
porque, pese a todos los esfuerzos,
hacen que nada sirva de consuelo ni de alivio.

Chau.

Génesis poético.


Los poetas inventaron el mundo;
no es que descubrieran la cosa
una vez inventada y reflejaran
su ambiente y sus ambiciones,
no es que lo colonizaran,
no, nada de eso. Ellos lo inventaron
íntegramente: desde el amor o dios
hasta la naturaleza, las mujeres,
lo hermoso y lo horrible
a un mismo tiempo o por separado.
Ellos escribieron de qué iba a ir esto,
en qué consistía la vida y todo,
incluso el miedo visceral a lo desconocido.
Y una vez hecho eso que era sencillo,
se dedicaron a contemplar horrorizados
cómo lo vivían los otros,
cómo nacían las complicaciones
de lo que ellos dibujaron
partiendo de la nada y sin más presupuesto
que el de una muda limpia y un espejo.

Chau.

Solo queda resignarse.


Hay tantas mujeres guapas en el mundo
necesarias para que la vida continúe...
y sin embargo es imposible.

Hay que mantenerse célibe de esas mujeres
y alejado de sus camas y sus caricias
aunque duela de una manera terrible
como una bala encajada arriba o abajo,
dios sabe qué débil es el hombre.
Solo puedes mirarlas desde lejos (de arriba a abajo)
y llorarlas sin que la sangre llegue al río,
sonreírles muy leve si te sientes con fuerzas,
darles fuego o un cigarro si lo piden,
pero nada más, ni siquiera oler sus carnes.

Es complicado vivir así, intentado
olvidarte de ellas y subsistir íntegramente.
Porque claro, a uno le inculcaron unos valores
y prejuicios, una moral pasada de moda
y esos traumas pesados e infranqueables;
no se puede hacer daño a gente necesaria
y a mujeres guapas solo por un escote
(y un coño y unas piernas y un alma y la mente
y todo eso que viene detrás del escote y no es solo el escote,
pero eso digo, no se puede).

Ya se sabe de sobra que estas palabras
son holgadas y a cualquiera le quedan grandes,
que solo reflejan la mitad del problema moral
que se plantea, pero qué débil es el hombre siempre
y qué pocas subvenciones da el Estado.

Aún así, me sereno y pienso que mi felicidad diaria
no nace de estas cosas y analizo estas palabras
y me resigno y me olvido de esas mujeres
(ay, si pudiera olvidarlas para siempre)
y me doy cuenta de lo débil que es mi carne
y lo buenas que están esas mujeres
y el trabajo que me cuesta resignarme.

Chau.

http://www.youtube.com/watch?v=UpMZRNqxq2Q

La noticia del día.


La fuga de Dios es la noticia del día.
Todos los periódicos lo publican
en primera plana, los telediarios también,
hasta los tertulianos de Intereconomía
lo comentan furiosos (dicen que al final
era rojo; han perdido la cabeza).
Fuentes cercanas afirman que huye de los hombres
y sus moralinas. Las revistas de prensa rosa
en cambio, cuentan que escapa del hijo
que tuvo con la exmujer de un torero.
Es una gran noticia, al fin; dicen en las redes
sociales los ateos. Una monja asegura ya
(en un programa que le paga por la blasfemia)
que abandonará los hábitos para llevar una vida
un tanto más libertina.
La policía no sabe si apuntarlo en desaparecidos
o en los más buscados o en la lista de trasplantes
de hígado. El FBI se muerde
los padrastros de los dedos. Unos pescadores
declaraban que había aparecido en sus redes
ahogado esta mañana. Era mentira.
El Vaticano en un comunicado rotundo,
desmiente categóricamente la noticia y amenaza
con el infierno a todo aquel que no mantenga la calma;
porque Dios sigue donde tiene que estar y punto.
Un periodista sensacionalista ha rescatado
una necrológica catastrofista de una hemeroteca
que lo da por muerto allá por los años sesenta.
Otro no menos sensacionalista y oportunista
por descontado, promete una biografía
no autorizada para septiembre a más tardar.
Algunos recuerdan el atentado que sufrió
en época moderna con la filosofía de Nietzsche
y confían en que saldrá de esta como salió de aquella.
Los destinos del Señor son inescrutables;
espetan los más conservadores.
La gente sale a la calle como si fuera día de fútbol,
como día de fiesta nacional pero más heavy.
De cualquier manera la noticia del día
ha causado un efecto indiscutible en el mundo,
y después de tanta histeria colectiva,
de tanta especulación y tanto susto
ahora todos se preguntan si podremos dejar de fingir
sometimiento después de y pico mil años
de aburrimiento.

Chau.

Claro que te quiero.


Claro que te quiero, mujer,
te quiero siempre,
hasta los martes, ¿te sorprende?
Los domingos también:
tú haces que me levante (Lázaro yo)
y ande.
Incluso los días de invierno frío
que se te corta el cuerpo
y el amor parece que no sale,
pues ahí te quiero, ¿qué te parece?
Te quise ayer y te quiero hoy
sin incidentes,
mañana también voy a quererte.
Quise lo que fuiste
y lo que eres quiero,
querré lo que serás más a delante.
Y de tanto querer y quererte
y que me quieras
consigo a lo mejor a mí quererme.

Chau.

Paz y fobia.

                                                                                                                 
                                                                                                                   Se paga con la muerte
                                                                                                                   o con la vida
                                                                                                                   pero se paga siempre una derrota.
                                                                                                                                              Ángel González.

Aquí paz y después fobia.
Inquilino de mis días
es el tedio natural como la vida misma
que no puedo dejar atrás aunque lo quiera,
es el ritmo constante de las horas
podridas sin pena ni gloria
que, a modo de corazón tranquilo,
martillea con su sístole y diástole
mi pecho hacia delante y atrás
desde el primer momento mío
posterior a la inexistencia total.
Por eso digo que aquí paz pasmosa,
sinónimo y causa después
de mis fobias nocturnas:
El gris, el intermedio que es mi guerra,
lo contrario a la riqueza y la miseria,
avivan las llamas del infierno de una vida plena.
Se instaura así en el poeta el fin del armisticio,
una forma de ver la vida ajada.
Defraudado por sus propios medios
e instigado por la ausencia de sus méritos o fracasos,
sufre el dolor de la metralla
recibida en renovadas luchas contemplativas
mientras se abraza a su fusil y pelea solo
en medio del campo de batalla
rodeado de muertos que, ahora lo percibe,
parecen estar más vivos de la cuenta.

Chau.

No me quejo.


Intento llegar todo lo lejos que puedo
y en realidad no lo intento
porque no quiero llegar a ningún sitio.
No quiero moverme del lugar
y tener que averiguar mis limitaciones
y luchar contra ellas con esfuerzo.
Verdaderamente las cosas no son así,
hay que luchar por un día nuevo
y esperar no ir al infierno. O eso me han contado.
Mi corazón en un puño grita descontento
por la vida que tengo que vivir absurda
con mucha consciencia y mucha practicidad
y los pies en la tierra y nada más.
Todo es muy sencillo de entender y funcional
pero a mí nada me compensa el esfuerzo de luchar
para llegar tan lejos
y al final no moverme del mismo sitio que al principio.

Chau.