Hay una clase de persona en el mundo que siempre lo sabe todo.
Esa gente tiene una opinión formada de lo que le preguntes, mejor dicho, una mala opinión formada de todo porque nada les complace. Solo lo que ellos hacen es lo mejor y está bien hecho. Para esa gente, el mundo es imbécil menos el Yo. Son antipáticos por norma y dejan claro siempre su punto de vista, si es necesario (y mucho mejor) denigrando al contrario.
Es un tipo de gente dogmática, insoportable, orgullosa y egocéntrica. No caen bien porque, obvio, son insufribles. O todo lo contrario: son los más carismáticos porque saben embaucar al más débil. Necesitan ser el centro de atención siempre y, sin lugar a dudas, tienen un desorden psicológico en alguna parte del subconsciente, una carencia afectiva o algún síndrome. Esta manera de ser de que les hablo, necesita de inventarse una forma de vivir paralela. Hasta países y reinados nuevos para alimentar el ego.
Se preguntan ustedes lo que debe ser tener una de esas personas, o mejor definido, uno de esos monstruos sentimentales, como amigo, familiar o conocido, incluso vecino. Y no se acercan ustedes a imaginar ni la décima parte de la desgracia. Aguantar discursos recalcitrantes, frases sectarias, y moralinas intolerantes a todas horas es un completo infierno.
Por qué les digo todo esto, porque quiero que sepan que yo no sé lo que soy, pero ante todo, estoy seguro de que no soy una de estas personas. Estas personas son las que se han encargado de llenar las bibliotecas de unas autobiografías de tocho y mocho, que es una cosa muy pedante y repulsiva. Por eso yo he decidido escribir una antibiografía breve, para demostrarles que soy el hombre más alejado que existe de todo esto que les describo. Que no me creen es asunto de ustedes, yo aquí lo dejo escrito, pero les advierto que siempre digo la verdad y que son ustedes mentes débiles, creaciones absurdas, borregos, indignos ante mi palabra si no han visto claro que mis palabras son de iluminado.
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