De las imposibilidades y desesperaciones del amor.


Es imposible que me quieras
todo eso que dices que me quieres
tan rotunda todas las veces y cada una
porque, si te digo la verdad,
ni siquiera lo veo humano.
Cosa de ángeles, tal vez,
o de santos, pero no de hombres.
Sin embargo, no te alarmes:
yo me aferro a ello como un tonto,
hago como que lo creo posible
y me enorgullezco, confío en ti
henchido por tu optimismo joven
y lloro.
Lloro no por sentirme inferior
o indigno de esa competición feroz
que me planteas con entusiasmo,
sino porque tu belleza de mujer
ablanda mi seso y mi sexo de tal manera
que entonces me planteo si acaso no será mentira
todo lo mucho que te quiero,
porque te quiero tanto y tan terrible
que no lo veo posible, que no lo veo moral ni humano.