Antibiografía breve.


Hay una clase de persona en el mundo que siempre lo sabe todo. 
Esa gente tiene una opinión formada de lo que le preguntes, mejor dicho, una mala opinión formada de todo porque nada les complace. Solo lo que ellos hacen es lo mejor y está bien hecho. Para esa gente, el mundo es imbécil menos el Yo. Son antipáticos por norma y dejan claro siempre su punto de vista, si es necesario (y mucho mejor) denigrando al contrario.
Es un tipo de gente dogmática, insoportable, orgullosa y egocéntrica. No caen bien porque, obvio, son insufribles. O todo lo contrario: son los más carismáticos porque saben embaucar al más débil. Necesitan ser el centro de atención siempre y, sin lugar a dudas, tienen un desorden psicológico en alguna parte del subconsciente, una carencia afectiva o algún síndrome. Esta manera de ser de que les hablo, necesita de inventarse una forma de vivir paralela. Hasta países y reinados nuevos para alimentar el ego.
Se preguntan ustedes lo que debe ser tener una de esas personas, o mejor definido, uno de esos monstruos sentimentales, como amigo, familiar o conocido, incluso vecino. Y no se acercan ustedes a imaginar ni la décima parte de la desgracia. Aguantar discursos recalcitrantes, frases sectarias, y moralinas intolerantes a todas horas es un completo infierno.
Por qué les digo todo esto, porque quiero que sepan que yo no sé lo que soy, pero ante todo, estoy seguro de que no soy una de estas personas. Estas personas son las que se han encargado de llenar las bibliotecas de unas autobiografías de tocho y mocho, que es una cosa muy pedante y repulsiva. Por eso yo he decidido escribir una antibiografía breve, para demostrarles que soy el hombre más alejado que existe de todo esto que les describo. Que no me creen es asunto de ustedes, yo aquí lo dejo escrito, pero les advierto que siempre digo la verdad y que son ustedes mentes débiles, creaciones absurdas, borregos, indignos ante mi palabra si no han visto claro que mis palabras son de iluminado.

Las miserias de la vida.


Bukowski me desmonta y despieza como a un cerdo,
como destripar un reloj a martillazos o beberse la resaca
la mayor parte de las veces todo el tiempo con cerveza
(aunque en realidad es Chinaski el despojo,
el alter ego, el fraude social, el que me desasosiega).
Se parecen sus remordimientos y miserias a lo mío,
toda esa mierda escalofriante que se lleva dentro,
la senda del perdedor.
También estoy enfermo siempre. Resfriado, dolorido,
debo ser hipocondríaco como el resto de la gente.
Mi vida es así de recalcitrante, desconsiderada, diogénica,
sobreexpuesta, misantrópica y todo lo demás.
Y esos son mis mejores defectos.

Hoy puse una reclamación enarbolada con letra de imprenta
por mi incompetencia o la del vendedor
en una tienda de esas que venden cosas que pertenecieron
a gente muerta, cosas de segunda mano o de tercera,
pero dudo mucho que la presente a la oficina de consumo y eso
porque al final no sé de quién fue la incompetencia.

Algunos dicen que he perdido el rumbo,
yo también lo pienso. Una vez tuve un rumbo fijo:
era monoteísta y monaguillo, qué maravilloso;
ahora soy pagano: politoxicómano, para más señas,
una confusión de caminos entrecruzados
(esa maraña te hace perder los putos pantalones).
Mi madre estará orgullosa cuando encuentre el hilo,
(tengo que asentar esta cabeza llena de pájaros)
hay que ganar dinero y ser un hombre de provecho
que, jodida casualidad, no es igual que uno aprovechado.
Laura quiere morirse de vieja conmigo me ha dicho,
eso es mucho tiempo y ella es tan joven y guapa
y yo me siento tan usado y sin futuro
que a ver cómo me banco todo eso sin morirme del susto.

Por la ventana entra luz azul, azul casi dorado
de un azul acuoso como humor vítreo. Así es como amanece,
y si te rindes y te duermes hoy deja de ser ayer para siempre.