Jugar a las damas.


La historia está plagada de mujeres trágicas,
igual que aquella primera dama
que, vestida de rosa,
se arrastró por el capó del descapotable
pintado de negro
para recoger un trozo del cráneo
desprendido del cadáver del presidente:
su marido recién muerto
por dos disparos misteriosos
que le volaron la tapa de los sesos
y borraron la sonrisa de aquel desfile
en Dallas.

Porque son las mujeres siempre
las que recogen los trozos del cadáver del marido
aunque vestidas de rosa vayan,
y los hombres somos el presidente muerto
o el que le dispara desde la ventana.

Chau.

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