Muerte poética.


Palabra detrás de otra palabra
el veneno lo hizo consumirse en un poema
internándose despacio por su cuerpo.
Cada tilde, cada esdrújula, cada adjetivo,
y cada verso independiente a la metáfora
iba poco a poco avanzando inexorable
por sus venas hacia el destino más terrible.
A su paso, la letra impresa arrasaba todo lo demás.
Destrozaba tejidos, corroía órganos sanos
y hasta descomponía sus sentimientos.
Sangraban sus ojos, se partían los huesos,
se ulceraba su piel, se canceraban los músculos,
se desprendía el pelo limpiando la epidermis.
Al cabo de aquella lectura intensa y tanto sufrimiento
la ponzoña irremediable del glosario
penetró el corazón abriéndolo como una rosa,
el libro se cayó de unas manos
que no pudieron más sostenerlo
y él se desplomó sobre la alfombra
manchándola con los fluídos y su sangre
tal vez vivo pero mucho más muerto.

Chau.


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