Sara.


Uno, que es débil y está desencajado,
no tiene más remedio,
y todas las veces se enamora, acorralado,
de las mujeres más más livianas, alejadas,
imprevistas, intensas, hermosas, imposibles, 
sexuales, doradas,
siestétiscas y psicotrópicas como 
                Sara.

Una mañana cualquiera.


Me levanto a las ocho y media porque me he desvelado a causa de que me meo a chorros y sigo teniendo ese estúpido temor infantil a mearme en la cama aunque eso haga dos décadas que no pasa, y ya no me puedo volver a dormir porque pienso y me atormento con que quiero ir a Madrid a ver a Kevin y no tengo dinero (me pregunto por qué soy tan obsesivo con las ideas que aparecen en mi cabeza y me tengo que torturar con no poder hacerlas en lugar de resignarme) y al no volverme a dormir miro que en instagram me están mandando fotos por privado pablo y jorge (siguen de fiesta a estas horas en un piso colocados de vete a saber el qué), me levanto a pintar y aprovechar la luz de la mañana, pero está nublado (me cago en dios veinte millones de pares de veces), me hago un mate aunque el mate me altera el cuerpo como si estuviera drogado y aún así lo sigo tomando años después de haber ido a argentina no sé por qué (no sé por qué lo tomo, el motivo para ir a argentina sí lo sé), ordeno mi ropa que se ha convertido con el paso de los días en una montaña incómoda sobre un rincón que no uso de mi cama antes de que me desaloje de mi propio lecho (es muy grande mi cama y la montaña también), reflexiono internamente sobre la belleza incómoda de mis cuadros y lo que produce en el espectador aunque yo nunca los hice pensando en eso (estoy mirando el subrretrato cubista de gladys chumbera), me doy cuenta de que ese cuadro no está firmado por detrás, le digo a Iván (que se ha levantado aunque no entiendo por qué no sigue durmiendo, porque anoche nos acostamos a la misma hora después de ver una película de xavier dolan y era tarde aunque él no estaba borracho), que quiero una camiseta con la cara de camarón de esas con la cara enorme del gitano y letras rojas grandes, de esas camisetas cañí puro que se llevaban en los noventa (como la que tiene mi amiga absurda kaamaño) pa mi cumpleaños aunque también me vale de marilyn manson, triana o charly garcía, le respondo a diego un mensaje privado que me ha mandado totalmente absurdo, me pongo de mal humor pensando en una cosa de mi pasado reciente porque la gente es muy cretina (llevo días de mal humor por eso y por el cuadro que estoy pintando porque yo sufro pintando), le pregunto a jara con quién va a la exposición de cuarto milenio, gestiono los dineros con miguel para ver si podemos salir esta noche a petardear sin ningún propósito vital aunque en mi opinión la frivolidad es transcendente pero de eso no quiero hablar ahora (el maricón que salía en mi última historia, la de la puñalada), (por cierto, estamos resfriados los dos y nos debatimos entre la vida y la muerte mocosa para salir como sea), miro a la gata esconderse debajo de mesa camilla como si yo no pudiera verla, escucho dos canciones geniales de mariquitas y me pongo a cagar mientras escribo esto, como una mañana cualquiera.

Viernes noche.




El viernes por la noche salí a tomarme una cerveza sin intención de tomarme más de tres cervezas, pero es bien conocida por todos mi afición indecente por el alcohol, por la noche y por la indecencia.
Así que pasó lo inevitable y de estar acompañado por dos médicos en un bar repugnante de comida internacional que olía a tomates pasados y que sin ningún tipo de decoro mezclaba tapas de sushi con cocina mexicana, hablando de arte y comiendo tallarines gordos como gusanos de caño sucio con sabor a salsa de soja (es bien sabido por todos, ya lo dijo cuerda, que los médicos son los que más formación humanística tienen de todos los científicos), pasé a estar rodeado de maricones en el tictac (quiero morir en una discoteca llena de maricas), un bar al que satanás iría si le gustara chupar pollas en un baño oscuro y repugnante rodeado de salidos cincuentones o disfrutar de las actuaciones drag más decadentes y maravillosas de la historia, perpetradas por enormes moles de carne y grasa embutidas en vestidos de tubo y medias de rejilla de sesenta céntimos que son copias sacadas de un chino de divine con exceso de maquillaje y sustancias estupefacientes, mientras sigues bebiendo y espantando a los moscardos que vienen a ti como las polillas a la luz (debí decir como mariposones nocturnos a la luz) con una mano y con la otra sujetas la birra intentando que el alcohol y tu ingenio mordaz te salven de los chistes envenenados que te lanza como dagas desde el escenario la maravillosa copia andaluza de harris glenn milstead.
Es evidente que miguel me hace de escudero fundamental en esas noches frívolas que tanto disfruto, a pesar de su insistente manía insultante de sorprenderse por la cantidad ingente de gente que entra a ligarme por el indudable atractivo de mi bigote. Fue en una de esas que alguien me llamaba la atención por mi mostacho de cepillo fascista mientras fumábamos en la puerta decidiendo si nos íbamos al granero, cuando un octogenario ridículo y porteño de gafas patéticas y funeral en la entrepierna, me plantó un beso a traición que me hizo temblar de repugnancia y rechazo a la vez que se me desencajaba la cara mientras lo insultaba a voces limpias (creo que mi ropa de caballero antiguo lo hizo creer que yo soy uno de esos chapemos a los que él pagaba cuando todavía se le levantaba el cacahuete allá por la independencia de las colonias americanas), porque lo que no me pase a mí de noche, no le pasa a nadie, me cago en dios veinte millones de pares de veces, la reconcha de la recontramilputa que lo remilparió, está visto que no se puede ser amable con la gente jamás porque el mundo es un hervidero de cretinos y subnormales.
Así que después de repasar todos los bares de ambiente de granada y reírme mucho con miguel, bailar y disfrutar de la noche, la belleza y la juventud como un cochino en una zahúrda, también después del desaire equivocado, impertinente e imperdonable de benito; él y yo salimos del granero (una discoteca enorme y abarrotada a la que solo van maricones a pesar de ser mixta, de hecho había una pareja hetero en un rincón dándose el lote y hasta el segurata los señalaba desconcertado), rumbo a casa porque yo decidí que ya estaba suficientemente borracho como para dormir seis meses seguidos.
Él me miró cruzar gran vía en zigzag atentamente y se fue a acostarse. Yo hice lo mismo y me perdí en la noche rumbo a la cama luchando contra los efluvios del alcohol y el frío, sin saber que a escasos cinco minutos de mi casa, tres mierdas cobardes y miserables de la peor calaña moral, se iban a bajar de un coche al verme solo y borracho en la calle a las cinco de la mañana y me iban a rodear como una panda de hienas para exigirme que les diera un dinero que no llevaba porque me lo había bebido, mientras uno me apuntaban a la cara con una navaja para robarme una cartera en la que sólo había ochenta céntimos; y que al decirles la verdad, que no tenía dinero, me iban a tirar un navajazo al vientre que pude parar con la muñeca de puro milagro, intuición y reflejo; pero mientras veía estupefacto mi sangre manar como una fuente, uno de los de detrás me metería la mano en el bolsillo para llevarse la cartera mientras yo les gritaba lo hijos de puta y cobardes que son. Después de la estupefacción y el bloqueo llegó el pánico: me desangraba a chorros y no sabía cómo pararlo (que te den una puñalá que te quepa dentro de la hería un toro, el torero, la ganadería y hasta el mayorá), llamé a jesús, que es mi hermano y mi médico (no al redentor de la humanidad, no, de ese paso), pero no contestaba porque estaba dormido, así que yo, que miraba mi sangre manar y no sabía qué hacer, me acerqué a un basurero cretino que dio un salto para atrás diciéndome que no me arrimara a él (luego el policía dijo que eso era un delito de omisión de socorro, pero que le den por culo al basurero cretino), seguí insistiendo en llamar a jesús hasta que me contestó, me dijo que me taponara la herida (por cierto que he arruinado un perfecto pañuelo rocker negro, tenéis mi permiso para regalarme los que queráis), me llevó al hospital y me canceló la tarjeta de crédito (yo estaba demasiado borracho y estupefacto como para pensar en esas cosas).
Así acabó mi noche, borracho y herido en un pasillo de urgencias con una guiri que lloraba porque no sabía qué hacía allí recién despierta de un coma etílico en una camilla, unos pocos de viejos con achaques y un yonki que le daba la chapa a la guiri diciéndole cosas como que era muy guapa o que él ya había estado otras veces como ella y que de eso uno se recupera (normal, eres un perla, pensé yo).

Al día siguiente otros cinco gitanos mataban a puñaladas en un atraco a un chico holandés de 21 años que volvía de fiesta (fiesta que le prometió su erasmus en una de las ciudades más hermosas del mundo y más solicitadas por los estudiantes extranjeros) tres calles más allá de donde a mí me atracaron.

La inmortalidad.



Es curioso, pero resulta que he ido a madrid para ver al bosco y para ver a mis amigos maricones, y en lugar de pillar el sida, he encontrado la inmortalidad.

La idea me la dio miguel en el descanso de ver cuadros en el prado que hicimos en el burguerking para el almuerzo. Cada uno comía dos hamburguesas de oferta y él dijo que con tantos conservantes, éstas no se echaban a perder en semanas y que siempre se imaginaba que los conservantes al pasar a su organismo lo hacían mas resistente y duradero.
Una de las mejores cosas de la enorme pinacoteca es lo que de laberinto de minotauro tiene, solo que no son chicas vírgenes lo que se entrega como ofrenda al increíble monstruo fruto de la relación zoofílica de una reina  arcaica y un toro blanco (los chicos y yo también hablamos de eso, de que un monstruo no es tal por su físico, sino por estar en un contexto erróneo o inadecuado, descontextualizado), en su lugar se entregan japoneses, franceses y alemanes que vienen de vacaciones a pasar calor al país del chorizo. Kevin era la primera vez que iba al prado, lo impactaron ‘las tres edades’, ‘el triunfo de la muerte’, ‘las pinturas negras’ y la barriga enorme de uno de los conservadores del museo que estaba sentado en un rincón de la sala con la panza metida dentro del pantalón para disimularla sin a penas resultados. Yo hacía tiempo hasta que llegara la hora que nos habían adjudicado para ver la exposición del bosco por el 500 aniversario de su muerte ('entonces este buen señor hace 500 años que se murió', dijo una vieja cerca de nosotros), viendo cuadros que no recordaba, que admiro o incluso que detesto, mientras me inventaba una historia alternativa del arte a lo sálvame deluxe (andreita, cómete el pollo) ayudado por el criterio inestimable de miguel. Deberían contratarnos para grabar las audioguías con forma de mando de la tele que llevan los guiris y los viejos pegadas a la oreja (los jóvenes nacionales somos demasiado valientes para usarlas), esas audioguías que lejos de ser asépticas contienen partes microscópicas de gente de infinidad de nacionalidades, razas y credos, mejorarían mucho en lo dinámico y divertido (no en lo aséptico desde luego), si fuéramos nosotros los que narran las explicaciones artísticas, aunque tal vez perderían algo de rigor histórico (estoy pensando en nuestra disertación sobre la cara de cierto retraso que tienen en los cuadros todos nuestros monarcas históricos por aquella manía que han mantenido siempre de casarse entre familia para ganar en riqueza y títulos, ignorando la hemofilia y la degradación de los genes pura raza).
Me acordé de esa idea en el viaje de vuelta, al empezar a comerme el sándwich plastificado de pollo asado que había comprado en plena meseta castellana en una de esas estaciones de servicio ancladas en mitad de un páramo seco. Yo estaba sentado a la sombra a pocos metros de unos chavales que se liaban un porro, y masticaba aquello mirando sin entusiasmo el paisaje desangelado y el aparcamiento con aquel enorme letrero que anunciaba ‘los abades’ en letras mastodónticas rojas mientras debajo un camionero escupía en el suelo más por tener algo que hacer en su descanso obligatorio por ley que por los flemas. Y entonces llegué a la conclusión de que si somos lo que comemos, aquel bocadillo con exceso de salsa sabor a nada, me estaba acercado un poco más a la inmortalidad, y que los conservantes son la piedra filosofal, buscada desde hace siglos que al fin ha aparecido en los laboratorios modernos y es vendida a precios populares en todo tipo de productos de supermercado. Me pregunto cuántos sangüichitos de estos hay que comerse para contrarrestar el efecto del cigarrillo que me fumé justo después.
Acabado el bocadillo y el cigarro, me volví a montar en el autobús siendo un poquito más inmortal y me puse a releer ‘limbo’, un libro de agustín fernández mallo en el que narra varias historias entrelazadas. Es curioso cómo puedes estar sentado seis horas y media de viaje infernal en autobús codo con codo con una persona y no dirigiros absolutamente ni una palabra, ni un monosílabo, nada. Mallo cuenta en el libro la búsqueda del sonido del fin que hace una pareja por norteamérica y sus desiertos, que es como una especie de residuo ancestral de sonidos, algo así como el eco que queda suspendido en el tiempo o el sonido puro, el alma. A mí me parece semejante a la poesía desnuda que buscaba juan ramón jiménez ayudado por su mujer, la poetisa zenobia campubrí aymar, pero no sé si mallo estará de acuerdo, o a la búsqueda de la belleza pura que es mi lucha, en la pintura. Caí en la cuenta entonces, ignoro cuál fue la relación que mi cerebro hizo para llegar hasta ahí, de que me fascina el metro, me gusta su olor a carburante y humanidad mezclado con la suciedad y la humedad del subsuelo, sus luces frías artificiales y sus prisas, su simbología urbanita (es el lugar que más puede decirse que forma parte e identifica al concepto ciudad, porque sin el metro la ciudad no es tal y sin una ciudad no hay metro, por tanto el metro para la ciudad es definitorio), es un sitio familiar y acogedor, es como llegar a casa en un espacio que en realidad es una frontera, el terreno entre dos puntos, eso que tienen en común las estaciones, los metros, los aeropuertos, que son tierra de nadie (seguro que kevin opina que a mí me gusta el metro por lo que tengo de cucaracha). Pensé también en la discusión que tuvimos miguel y yo en la terraza del bar donde trabaja su novio mientras yo me emborrachaba con cerveza y fumaba encadenadamente un cigarro tras otro (belial dice apropiadamente para mi texto que el novio de miguel es como si hubiera salido de un anuncio de colonia, a lo mejor por eso le gusta a miguel, porque es experto y amante de la perfumería como arte y alquimia), sobre la mierda de ballena que se llama ámbar gris y que se usa en perfumería y cosmética aunque miguel sostenía erróneamente que no era así, sino que se usaba el semen del mamífero marino, que también se usa. Chanel n.5 lleva ámbar gris como ingrediente para realzar y mantener más tiempo las notas de olor de los distintos componentes. Y me pregunté si la mierda de ballena no sería una especie de catalizador del sonido del fin de los perfumes. 
Llegué a málaga y comí piedra filosofal con forma de hamburguesa del mcdonald’s, esperé dos horas en la estación de tren y viendo a un padre correr detrás de su hijo pequeño, me planteé una cosa que se me escapa y por eso pienso a menudo, la razón por la que la gente fea tiene hijos sabiendo que con semejantes genes los condenan a una vida de fealdad y desdicha. Me monté en un tren al lado de un gordo que comía gomitas mientras veía juego de tronos en su macbook y me bajé en bobadilla con dos alemanes rubios mochileros muy guapos (un chico y una chica), y un viejo marica con unos pantalones cortos blancos estampados con flores que no existen que mantenía una conversación telefónica de cosas del día a día con su hermana a la que le decía que era muy pesada constantemente porque ella le aconsejaba e insistía en algo que él daba por supuesto y que yo ignoro por falta de datos.
Recordé gracias a que estaba escuchando la conversación de la marica vieja, otra conversación de marica. Recordé que el sábado por la noche, después de comernos un bocadillo de calamares (que en realidad no eran calamares sino anillas de pota) en antón martín en el bar donde nació la palabra castizo, estuvimos kevin y yo un buen rato esperando el autobús para pinto en frente de atocha y nos encontamos a una que es del gremio, como dice belial de los maricones, que le contaba a una chica su vida de manager de tienda de moda, pero él es muy zen aunque no lo parezca, que una de sus ídolas absolutas es la kardashian, porque ha levantado un imperio de la nada solo con un video porno y obviamente si se casa no se va a poner el apellido de su marido eliminando el suyo, en todo caso se lo pone detrás, él se siente muy identificado hasta en lo del vídeo porno y claro. Él no escuchaba la expresión ‘bar de ambiente’ desde que terelu estaba delgada, esa expresión es muy de 1997, se ve que para él 1997 era como el pleistoceno de chueca. Llevaba tres días fuera de casa y su madre no le iba a decir nada cuando llegara, porque su madre sabe perfectamente que si de vez en cuando no se evade esto es insostenible, ignoro qué era 'esto' en particular, supongo que se refería a su vida de moderna como manager de una tienda de moda (lo cual se me antoja una cosa durísima, tan cuesta arriba que yo no podría soportar más de tres días seguidos sin suicidarme), tanto es así que se había duchado en casa de óscar y se había tenido que poner los mismos calzoncillos, nena, y lavarse los dientes con el dedo!, que no hay nada más underground ya que lavarse los dientes con el dedo y ducharse y ponerse los mismos calzoncillos. Me parece que se llamaba jose o javi, no me acuerdo.

Y ya después tomé otro tren hasta mi pueblo y llegué a mi casa. No sé para qué os cuento todo esto.

Historia de amor solo contada por los derrotados.

Sabes eso de que te invitan a una fiesta y que se acaba la cerveza a las dos y sales a la calle porque no hay cerveza y porque quieres comprar tabaco, hace frío, empiezas a andar por una ciudad que no tiene las calles puestas a esa hora, el chino está cerrado y sigues caminando hasta el siguiente que también está cerrado mas no te rindes y llegas a un casino con moqueta, que está chapando, la camarera tiene una fregona en la mano que no sabes para qué usará porque es incompatible con la moqueta, pero te deja usar la máquina del tabaco, así que decides olvidarte de su fregona y su chaquetita roja sangre de uniforme con una de esas plaquitas plateadas de plástico con un nombre completamente olvidable, de sus mechas baratas y de su cara bronceada, arrugada e infeliz, sales de nuevo a la calle fría que te parece que huele a gloria porque tu olfato estaba saturado del olor de ambientador del casino, o acaso era un bingo, qué te importa, no importa ni que el tabaco es de la marca que compras más barata siempre que no hay tu marca, eres de la banda de los de perdidos al río, el tabaco no te mata, ni esa marca ni ninguna otra, pero llegado ese momento te preguntas qué será mejor, si seguir calle abajo a los bares, porque evidente es que no vas a volver a la fiesta de mierda, seguir caminando calle abajo piensas, hacia los bares, o subir hasta la casa y sentarte derrotado a mirar la tele en la que no van a echar nada y soportar con amor inmerecido la indiferencia de una gata que se llama Marilyn por la Marilyn Manson y no la otra, la rubia y perfecta que todo el mundo ama y adora, así que sin saber por qué bajas y bajas hasta que entras en un bar de esos que tienen seguratas en la puerta y sello en la muñeca para que la peña no se cuele, pero al entrar encuentras a quien no quieres ver y vuelves a salir a la calle, aunque ahora usas la puerta de atrás, la otra puerta, subes la calle y llegas a casa con tu gato y con una tele que mejor sería mirar el gotelé hasta que te sangren los ojos, queda anís del mono, no demasiado ni suficiente, acaso no es eso mejor que un pinchazo en un ojo con un palo afilado, te dices, te lo bebes y apagas la luz hasta mañana porque ésta ha sido la historia de amor olvidable y horrible que con la vida has tenido hoy, podría ser peor y es verdad, podrías ser peor, fíjate si fueras un refugiado de una guerra de mierda que vives en un campamento fangoso donde todo el mundo pasa necesidades, lo que pasa es que no te consuela y piensas que al menos no es el principio de la historia, sino que ya vendrán tiempos mejores y luego peores, es cierto, coño, que el que no se consuela es porque no quiere, así que tal vez mejores, porque el pesimismo no existe, el pesimismo se ha suicidado y tal vez el optimismo también, no te queda nada y te has quedado solo, calavera.


Respuesta a esta entrada del blog de David:
http://myfirstnameisamess.blogspot.es/1465925172/historia-de-amor/

Malos tiempos para la lírica.

¿Te acuerdas aquel verso:
‘fueron tiempos duros, no te haces una idea’?


Pues igual:
las noches son lo más duro, no te haces una idea.

Noticias de rabiosa actualidad.

En la Casa de Campo de Madrid
no solo hay putas
y mierdas de perro:
han encontrado un delfín
semienterrado
muerto de hace un año.

Igual que mi caso:
en mi cama 
no solo hay putas (de eso carezco)
y mierdas variadas;
han encontrado un artista
semienterrado
muerto de hace años,

pero eso ya pasaba
antes de conocerla
(a la noticia).

Se avecinan malos tiempos.

Se avecinan malos tiempos
(otra vez),
a mi puerta han llegado ya
y traspasado las jambas
del corazón
y el sentimiento, 
hace días que conviven conmigo, 
se acuestan en mi cama
desordenada y sucia
conmigo 
y mi aliento etílico, 
con mis lágrimas y mis ganas de vomitar
la malograda felicidad
sobre dios y su corte.

Yo me creí en algún momento
que nunca más iban a volver, 
pobre de mí.
Lo que no se cuida como se debe
se pierde, 
se pierde en el tiempo
y en la distancia, 
abandona el corazón
la dicha
y solo deja vinagre, espinas, 
sosa cáustica, veneno,
disentería.

La belleza me abandona, amigos míos, 
y deja paso a la soledad
-que nunca se alejó demasiado-
al llanto, a la desdicha,
al desatino.
A las noches frías sobre la almohada,
al olor a establo y aguarrás.

Cómo voy a trabajar
si ya no me quedan manos más
para agarrar el pincel y mi alma,

el talento.

Carta del yo desesperado para mí mismo.

A veces miro una película y se me olvida que existo, la vida se hace soportable por una hora y media y puedo respirar tranquilo.
Esta trampa para engañarme ya la aprendí malas temporadas pasadas que no creí jamás que iban a volver con tanta fuerza. Porque la depresión no se cura nunca, pero duerme largo tiempo para, luego, arremeter con la misma fuerza (eso lo sé ahora) e incluso más despiadada si esto es posible. O tal vez sea que los algodones del tiempo y el olvido amortiguan la verdad y le engañan a uno también en eso.
Vuelvo a no poder dormir de un tirón toda la noche, las pesadillas y el desvelo se encargan de que eso nunca ocurra. Sueño que se va con otro, sueño que no tengo cara, sueño que estoy despierto fuera de mi cuerpo.
Incluso cuando caigo inconsciente en mi cama, regalo con trampa que me concede el alcohol, me desvelo a las cinco de la mañana para no poder volver a conciliar el sueño hasta bien entrado el medio día. El alcohol me deja también respirar durante unas horas, pero el precio que me hace pagarle es caro: la muerte a largo plazo y la resaca monumental a corto.
Cuando no estoy dormido ni borracho, ni veo una película, mi mente me atormenta y no me deja respirar siquiera, se me corta el cuerpo y tengo ganas de vomitar. Dicen que esos momentos que parece que he comido cemento en polvo y el mundo me aplasta las costillas, se llaman ataques de ansiedad. Sálvese quien pueda.

Respecto a ella siento un dolor insoportable que me hace muy difícil levantarme de la cama.
Siento haberle fallado pese a todas las circunstancias y excusas que uso para justificarme en los numerosos juicios que están todavía pendientes de sentencia. La vida no es así. La vida es de otra manera.
La verdad es ésta:
Ella es mi regalo inmerecido y que encima no he sabido valorar todo el tiempo.
En los momentos, los meses, más duros de su corta vida, que no obstante es improbable que sean superados por otras circunstancias venideras, yo no he sabido estar con ella.
Yo me perdí en mi mente y en mis dramas personales, que aun siendo relativos en tamaño e importancia (todo lo es dependiendo de la comparativa), a mí se me antojaron un muro de piedra que no pude escalar y que no me dejó ver a nadie en meses, ni siquiera a ella que es mi sol.
Sufrió entonces mi indiferencia, que yo en aquel momento no creí que lo fuera, pero que ella la sintió como tal y como tal ha debido de ser entonces. No le dije qué bonito es tu trabajo, estoy tan orgulloso, qué preciosa estás esta tarde (y aunque no me vaya a servir para nada, juro por dios que así lo sentí), ni le cogí la mano para que no andará con su dolor, sola.
Cuando ella me dice a la cara todo esto, yo lo niego, lo niego porque me parece imperdonable. Imperdonable para mí que no sé cómo perdonármelo, e imperdonable para ella como es evidente.
Y lo niego todo porque lo único que quiero es que lo consiga y me perdone.
Necesito que me perdone porque creo de verdad que podemos hacerlo mejor. Necesito que me perdone porque no quiero vivir sin ella. Sin lo mejor que me ha pasado en la vida. Ella, que me ha amado de una forma incondicional y tajante, con una fuerza que ya dije en un poema, no veía yo propia de humanos, tal vez de ángeles. Sin su olor y su risa, sin sus bromas inocentes o el burlarse de mí. Sin su cuerpo. Sin sus besos.
No es ya que no pueda vivir sin ella, que no puedo, sino que no quiero. No quiero pintar nada que no sea para sus ojos. Ni andar por la calle si no está.
Cuando yo por fin he encontrado mis sentimientos renovados y con más fuerza, con una fuerza que hacía mucho tiempo que no tenían, ella ha perdido los suyos de tanto esperarme en este mal momento.

Porque soy idiota la mayor parte del tiempo y sobre todo, la parte del tiempo que es más fundamental. Por eso estoy desesperado y no sé cómo perdonarme ni que ella me perdone.

Anuncio por palabras.

Se ofrece hombre de edad temprana para la vejez de espíritu,
con quiebros mentales y equilibrios, 
exquisito gusto por la belleza,
buen carajo semi usado, cadera estática rumbera,
bigote y gafas que le caricaturizan las facciones,
notables pero aislados episodios de melancolía y depresión suicida, 
buen orador, buen amigo, 
borracho y fumador desvivido, 
poeta, buen amante o fingidor excelente, 
desvinculado de toda raza y condición o convicción de patria, 
generoso por necesidad, mentiroso por vocación, 
artista por deleite y sufrimiento; 
para largas veladas etílicas con nocturnidad y alevosía, 
fabricación casera de cócteles molotov 
o lo que surja. 

Descomposición y podredumbre.


Lo noto, 
me estoy descomponiendo de a poco.
Aunque supongo que la cosa no es nueva,
sino que viene de largo
(yo empecé a morirme hace mucho tiempo,
hace más de veinte años),
pero ahora tal vez el asunto es más acusado
o huele peor, porque muy a mi pesar,
ya llegó el verano.

Me observo a veces
desde lejos para no espantarme, y está claro:
no me llamo Lázaro
y estoy pudriéndome a chorros.
Como un cadáver bajo dos centímetros de tierra
que aflora en el agosto andaluz seco y malo
a la superficie, 
hinchado
por los vapores internos de la podredumbre y
listo para festín de bichos,
gusanos en ingentes cantidades
y otras alimañas carroñeras.
Ayer mismo salió arrastrando las antenas
una cucharacha gorda y plenamente feliz
de debajo de mi cuerpo
que me miró con los ojos vidriosos
de quien mira el infinito
y me dio las gracias con desgana y educada.
Por no hacer mención
del enjambre de moscas enarboladas
que se me meten bajo los párpados
y no me dejan ver absolutamente nada.

Pero era evidente que esto iba a pasarme
más tarde que temprano
(a mi pesar uno no se muere nunca cuando quiere),
porque yo, que la vida se me antoja
invivible, cuesta arriba, insoportable,
siempre he sido pasto del arte o de la muerte
o de las pajas 
o de las lágrimas.

Lo imposible de ti, Gaucho Blanco.



Lo imposible de ti no es tu rostro
que se despeña a media mañana, 
ni que mirarte sea hacer alpinismo
para principiantes,
no es tu tupé cardado 
de señora mayor en bata de boatiné, 
lo imposible de ti 
no es tu piel fosforescente sin un pelo, 
ni tus pies barcazas, 
ni tus manos cuarteadas
que se desconchan como casa cerrada,
lo imposible de ti, mi amor, 
no son tus huesos de gigante abandonado.

Lo mejor de ti, y más imposible, 
es tu corazón de marica peluquera de provincias,
tu amor fatal
de travesti de rotonda
que se vuelca y que se crece
en el folclor y la peineta.

Lo más imposible de todo es, ¿sabes qué?
que siendo de planetas tan distintos
haya encontrado un hermano, 
que tú me quieras y yo también.

Para Alberto Claver, porque lo amo.



Compadre,
date cuenta de que eres lo mejor
y más destacado 
(dentro de tu generación),
de la noble y laureada casa okupada
por los poetas mediocres 
(que no malos),
¡benditos mártires que tanto nos han dado!
Permíteme decirte también, sin faltar
y desde el amor que te profeso,
(o faltando, qué cojones),
que no todo tuyo es el mérito;
ambos sabemos y vamos a confesar, 
que los otros lo están haciendo tan mal
que casi te han regalado los galones.
Pero quién dice además, 
que los poetas tengan que ser exitosos,
guapos y pintones
para más follar;
has de amar el fracaso como a una madre
y las palabras te servirán
como los abdominales y los biceps 
para acostarte con menganos y menganas
sin varices, 
guapas y lozanas
sin tener que sudar en el gimnasio
(la salud es mala para la salud)
ni tener que dejar el alcohol, el tabaco 
o los porrazos.
Que a ti te funcione pocas veces
y en contados casos
no es problema tuyo ni de tu carisma,
te lo aseguro yo desde mi abrazo,
sino de las cortas luces de las mismas.