Menos otoño.


Es menester retratar el agua en los cristales,
las hojas sucias de los almanaques,
el sonido de la cadena del váter,
los mendigos luchando por
la última gota de vino peleón,
aquel gato callejero y sus malas pulgas,
las hippies mugrosas rebuscando
en la basura, las tetas de los dinosaurios,
la guiri fea del vagón de tren,
los viajes por la mañana temprano,
las abuelas muertas, los desviados,
el tiempo inestimable del otoño,
los dictadores horteras linchados
por la muchedumbre populosa libia,
los aviones que vuelan bajito,
las excavaciones arqueológicas
que encontraron una momia
en tu corazón, la carnaza,
la ilusión de las novias nuevas,
la inexistencia de las viejas,
el tractor usado de mi padre,
la cuidad despanzurrada contra la niebla,
los adolescentes huérfanos recientes de padre
con doble madre, los malos recuerdos,
la música buena, las pijas baratas,
el dinero, el tabaco, la cerveza, tu prima,
el mate, los gallumbos, las anginas,
los despechos, los orgasmos, las ofertas,
los enfados, el desencanto, los suicidios,
las afentaminas, la yerba, el gimnasio,
los carteles, las gitanas, el telediario,
los dibujos animados, las caderas, el coño,
los tacones, los preservativos, las películas,
el calor de la cama, las caricias, las torrijas,
el melodrama, la guitarra, los amigos,
la melena, el pan frito, los piojos, los pestiños,
los cocodrilos, las lentejas, el chorizo y el olvido.

Chau.

Ya verás mañana.


Yo bien gracias a dios padre,
sin poder quejarme de nada.
Pero hoy no fue un gran día
y tu pesimismo me hace vislumbrar
que mañana será un día cualquiera,
un día sin ambiciones propias
ni esperanzas de progreso,
amarillo y gris y manido.
Un día como antier
que fue un domingo como todos.

La tele dice que
las revoluciones son las momias
de nuestros abuelos visigodos
como los cohetes en el espacio
fueron carabelas que no conquistaron nada.
En la radio la música ya no existe
y los periódicos no se callan.
Ni siquiera las parejas que despluman
apenas la niñez enamoradas
se escapan de sus casas como antaño.

Hasta las mujeres nos abandonan,
tal vez hoy no pero ya verás mañana.



Chau

Siguiente pesadilla.


Cuando me despierto, resulta complicado explicar todo esto, pero, cuando me despierto, sigo soñando y estoy con las manos a la espalda, no llevo gafas pero todo está nítido, visto ropa oscura de un color impreciso y voy completamente afeitado y con el pelo sujeto por detrás de las orejas, y estoy, como iba diciendo, de pie frente a un gran espejo con un marco sencillo de madera clara de pino, que está empotrado en una pared blanca que no es infinita porque más allá, por el rabillo del ojo, soy capaz de distinguir una esquina de la habitación y una puerta oscura, y de pronto la puerta se abre y de ella sale una mujer bajita y delgada, que tiene cara de mala hostia, que lleva gafas y que se parece demasiado a la madre de Jesús y que empieza a gritarme gesticulando mucho y agitando los brazos y las manos de una forma terrible mientras yo no aparto la mirada del espejo, y me pregunta a gritos que por qué mierda he hablado con ellos, que soy un hijo de mil puta que ya estaba advertido de que no puedo comunicarme con nada de detrás del ventanal y yo respondo muy tranquilo mirándola por primera vez a la cara, que de qué carajo está hablando, que no sé de qué me habla y que aquello no es un ventanal, es un espejo, me cago en dios, y ella responde gritando de nuevo, que mierda para mi boca embustera y liosa, que mire otra vez y yo vuelvo a mirar y el espejo ya no es más un espejo, sino un gran ventanal transparente que da a un abismo oscuro como la boca de un animal mitológico cualquiera, en el que flotan una especie de espectros grisáceos rodeados de nubes de las que caen cascadas de agua, y para mi sorpresa no me sorprendo al descubrir que realmente uno de ellos me está hablando y yo le contesto cualquier cosa que no recuerdo, y el sueño se acaba y ya no estoy de pie delante de un espejo ni de nada, sino que estoy tumbado en mi cama del piso de estudiantes, con los muelles clavados en las costillas y con una incomodidad en el estómago que indica que necesito un desayuno o un cigarrillo o mear o tal vez una paja o que tengo una solitaria.

Chau.