Mi amiga Virginia.

Imitando a aquella ídolo de los setenta.
Virginia es el amor
de mi vida y de la nuestra,
y la de tantos otros.
Virginia ni adelgaza
ni se empresta
ni se embarca
en empresa mayor
ni embarga besos
por falta de pago.
Virginia presumida,
azul celeste, rubia puta y lista,
guapa más que siempre.
Qué dos tetas
aun siendo más que eso.
Virginia inabarcable,
sustancia y recipiente,
corazón, alma llorona,
sonrisa de plata,
desazón suficiente,
aceite de rosa mosqueta
cura cicatrices.
Virginia es un ángel dodo
con pico de oro.
Virginia, des y amor de poetas
rotos.
Virginia es hoy
y, aún resentida,
el mañana se lo banca.
Olor a tabaco,
ñoña y real,
espesura el ancho mar,
eructa primores,
anda jaquetona.
Se escapa por los dientes.
Virginia consume y resume,
diosa atea, musa en desgracia,
bizcochito de cielo,
siete vidas tiene un gato,
cal y veneno.
Tan joven
que la vida es suya
y se acaba en ella sin remedio.
Dios la guarde
más que al tiempo.

Chau.

Esperanzas en mí depositadas.

Un cochino sin dobles interpretaciones.

Todos sabemos
de qué estoy hecho.
Con veintidós años por detrás
y por delante un do de pecho,
grito en el cielo por
derecho al despecho que aprovecho
por desecho
más o menos legítimo,
para gritar nada
a nadie o miento.
No te miento, qué esperabas, corazón,
con veintidós años,
un pasado disperso
y un futuro incierto,
con convicciones
y convencimientos absurdos,
sin ilusiones,
sin ser amigo de la revolusión
ni del queso fresco,
sin mirar el tiempo
meteorológico.
Todos sabemos
de qué estoy hecho,
con mis veintidós años por detrás
que lo demuestran,
todos lo sabemos
menos yo.

Chau.