Las miserias de la vida.


Bukowski me desmonta y despieza como a un cerdo,
como destripar un reloj a martillazos o beberse la resaca
la mayor parte de las veces todo el tiempo con cerveza
(aunque en realidad es Chinaski el despojo,
el alter ego, el fraude social, el que me desasosiega).
Se parecen sus remordimientos y miserias a lo mío,
toda esa mierda escalofriante que se lleva dentro,
la senda del perdedor.
También estoy enfermo siempre. Resfriado, dolorido,
debo ser hipocondríaco como el resto de la gente.
Mi vida es así de recalcitrante, desconsiderada, diogénica,
sobreexpuesta, misantrópica y todo lo demás.
Y esos son mis mejores defectos.

Hoy puse una reclamación enarbolada con letra de imprenta
por mi incompetencia o la del vendedor
en una tienda de esas que venden cosas que pertenecieron
a gente muerta, cosas de segunda mano o de tercera,
pero dudo mucho que la presente a la oficina de consumo y eso
porque al final no sé de quién fue la incompetencia.

Algunos dicen que he perdido el rumbo,
yo también lo pienso. Una vez tuve un rumbo fijo:
era monoteísta y monaguillo, qué maravilloso;
ahora soy pagano: politoxicómano, para más señas,
una confusión de caminos entrecruzados
(esa maraña te hace perder los putos pantalones).
Mi madre estará orgullosa cuando encuentre el hilo,
(tengo que asentar esta cabeza llena de pájaros)
hay que ganar dinero y ser un hombre de provecho
que, jodida casualidad, no es igual que uno aprovechado.
Laura quiere morirse de vieja conmigo me ha dicho,
eso es mucho tiempo y ella es tan joven y guapa
y yo me siento tan usado y sin futuro
que a ver cómo me banco todo eso sin morirme del susto.

Por la ventana entra luz azul, azul casi dorado
de un azul acuoso como humor vítreo. Así es como amanece,
y si te rindes y te duermes hoy deja de ser ayer para siempre.




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