Viajeros al tren.

El futuro de mierda.

Hace uno o dos meses (no pidan exactitud en mis historias), veníamos Pinta, Milagros y yo en un tren desde Málaga por razones indecentes que no vienen a cuento. Un tren nuevo, razón por la que yo que estoy acostumbrado a los trenes de la posguerra que hacen la línea Granada-Algeciras, quedé fascinado por la voz femenina de megafonía que informaba que el tren disponía de máquinas expendedoras de comida. Allá que fuimos Pinta y yo (estábamos resacosos y desfallecidos), y ya volvíamos defraudados por la vida en general y por la máquina expendedora que no expendía un carajo porque estaba apagada en particular, cuando pasamos por delante de la puerta del váter (sí, señores, váter, WC, urinario, escusado, servicio, retrete, tigre, meaero, trono...), una puerta de váter futurista (aquello era una puerta al futuro de la escatología humana, una puerta irresistible en definitiva). Una puerta cilíndrica, hostias, cilíndrica, y para colmo se abría con un botón como el de los ascensores. Yo que estaba a un costado de la puerta mirando el botón maravilloso, no tuve más remedio que pulsarlo (porque nunca entendí que a un gato se le pueda matar con un sentimiento como es la curiosidad y de todos modos si se puede hacer, en qué me afecta a mí un gato muerto). La puerta se abrió corriéndose hacia el interior de la pared, y tras unos segundos de incertidumbre en los que no pasó nada absolutamente y el los que yo creí que iba a salir humo del interior cual Lluvia de Estrellas (programa mítico que traumatizó a toda una generación, mi generación), pasó una cosa sensacional. Dentro del baño nos encontramos una visión cuanto menos irreal: una chica que debía estar meando y que había olvidado echar el cerrojo, se medio levantaba de su trono maravilloso y mientras con la mano izquierda se subía como podía el pantalón y las bragas (Pinta dice que eran negras, yo no las vi) y se intentaba tapar la vergüenzas físicas pues las morales ya era imposible, gritaba noes desesperados y nos extendía la mano derecha con la palma abierta en clara señal de stop. Dije un "lo siento" muy apurado y ella (ella sí que estaba apurada) dijo un " no pasa nada" con cara de susto (la mentira más bonita que me han dicho nunca). Me fui entre avergonzado y desternillado. Pinta quedó dándole al botón como un idiota unos segundos, luego me siguió diciendo que la puerta no se cerraba. Estuvimos riendo dos horas sentados junto a la pobre Milagros que se lo pedió todo por no querer nada de la máquina expendedora que al final no expendía.

De ésto hace unos meses como ya he dicho, bueno, pues ayer me enteré por boca de mi madre que no soy el único de la familia con tendencias voageur involuntarias. Me contó que mi padre tenía mi misma edad cuando se subió al tejado de la casa de su hermana a arreglar la antena de la tele y al asomarse por el filo al patio de la casa colindante, encontró a la vecina como su santa madre la trajo al mundo pero con más curvas y más vello donde el vello es bello. La mujer se asustó, se tapó como pudo y salió corriendo hacia el interior de la casa gritando, mi padre arregló la antena y cuando se bajó del tejado declaró como todo un caballero: "Pues estaba hasta buena la tía".

Pues eso, Pinta estará de acuerdo conmigo en que como diría mi padre: nuestra misteriosa del tren estaba como para parar un tren de cercanías.

Nohombre.

4 comentarios:

  1. Si yo hubiera sido la chica os hubiera denunciado por pervertidos... Y eso de que os sentiais avergonzados no es ciertooo estabais disfrutandooo como nunca.. En la vda te he visto reir de esa forma Álvaro...

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  2. Es que la vergüenza no nos duró hasta llegar a los asientos, querida, la vergüenza dejó paso a la risa más absoluta por el pasillo del tren y para cuando nos pudimos sentar contigo, la vergüenza era solo un recurso literario.

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  3. álvaro, yo te quiero vé riéndote asím.

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  4. Hace tiempo que no me reía como ese día y no ha vuelto a pasar aún. Tal vez porque hay pocos motivos para reírse, por eso escribo.

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