Baires, confesiones dragonianas.

Embajada holandesa en Buenos Aires.
Si hay algo oscuro en la vida de todos nosotros es aquello de hacer cosas vergonzosas en ciudades desconocidas (porque total, no nos conoce nadie). Yo tuve un amor pedófilo con una estatua, pero me sedujo ella que diría Sánchez Dragó. Hacíamos el amor allí mismo al aire libre, menos mal que no pasaba mucha gente (es que no pude desanclarla del suelo), pero oiga, siempre usábamos protección. Igual tengo que decir en mi defensa que me dejó por otro turista, un brasilero de medio pelo e idioma desconocido (estos brasileros qué se habrán creído con su carnaval y su samba y sus tangas y sus cosas guays).
Nunca me recuperé de aquel amor bonaerense con olor a metal que se me incrustaba debajo de la piel. Ahora siempre paro por la calle a las estatuas a ver si alguna es ella. 
No saben la tortura que es ir a un museo.

Nohombre.

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