La inmortalidad.



Es curioso, pero resulta que he ido a madrid para ver al bosco y para ver a mis amigos maricones, y en lugar de pillar el sida, he encontrado la inmortalidad.

La idea me la dio miguel en el descanso de ver cuadros en el prado que hicimos en el burguerking para el almuerzo. Cada uno comía dos hamburguesas de oferta y él dijo que con tantos conservantes, éstas no se echaban a perder en semanas y que siempre se imaginaba que los conservantes al pasar a su organismo lo hacían mas resistente y duradero.
Una de las mejores cosas de la enorme pinacoteca es lo que de laberinto de minotauro tiene, solo que no son chicas vírgenes lo que se entrega como ofrenda al increíble monstruo fruto de la relación zoofílica de una reina  arcaica y un toro blanco (los chicos y yo también hablamos de eso, de que un monstruo no es tal por su físico, sino por estar en un contexto erróneo o inadecuado, descontextualizado), en su lugar se entregan japoneses, franceses y alemanes que vienen de vacaciones a pasar calor al país del chorizo. Kevin era la primera vez que iba al prado, lo impactaron ‘las tres edades’, ‘el triunfo de la muerte’, ‘las pinturas negras’ y la barriga enorme de uno de los conservadores del museo que estaba sentado en un rincón de la sala con la panza metida dentro del pantalón para disimularla sin a penas resultados. Yo hacía tiempo hasta que llegara la hora que nos habían adjudicado para ver la exposición del bosco por el 500 aniversario de su muerte ('entonces este buen señor hace 500 años que se murió', dijo una vieja cerca de nosotros), viendo cuadros que no recordaba, que admiro o incluso que detesto, mientras me inventaba una historia alternativa del arte a lo sálvame deluxe (andreita, cómete el pollo) ayudado por el criterio inestimable de miguel. Deberían contratarnos para grabar las audioguías con forma de mando de la tele que llevan los guiris y los viejos pegadas a la oreja (los jóvenes nacionales somos demasiado valientes para usarlas), esas audioguías que lejos de ser asépticas contienen partes microscópicas de gente de infinidad de nacionalidades, razas y credos, mejorarían mucho en lo dinámico y divertido (no en lo aséptico desde luego), si fuéramos nosotros los que narran las explicaciones artísticas, aunque tal vez perderían algo de rigor histórico (estoy pensando en nuestra disertación sobre la cara de cierto retraso que tienen en los cuadros todos nuestros monarcas históricos por aquella manía que han mantenido siempre de casarse entre familia para ganar en riqueza y títulos, ignorando la hemofilia y la degradación de los genes pura raza).
Me acordé de esa idea en el viaje de vuelta, al empezar a comerme el sándwich plastificado de pollo asado que había comprado en plena meseta castellana en una de esas estaciones de servicio ancladas en mitad de un páramo seco. Yo estaba sentado a la sombra a pocos metros de unos chavales que se liaban un porro, y masticaba aquello mirando sin entusiasmo el paisaje desangelado y el aparcamiento con aquel enorme letrero que anunciaba ‘los abades’ en letras mastodónticas rojas mientras debajo un camionero escupía en el suelo más por tener algo que hacer en su descanso obligatorio por ley que por los flemas. Y entonces llegué a la conclusión de que si somos lo que comemos, aquel bocadillo con exceso de salsa sabor a nada, me estaba acercado un poco más a la inmortalidad, y que los conservantes son la piedra filosofal, buscada desde hace siglos que al fin ha aparecido en los laboratorios modernos y es vendida a precios populares en todo tipo de productos de supermercado. Me pregunto cuántos sangüichitos de estos hay que comerse para contrarrestar el efecto del cigarrillo que me fumé justo después.
Acabado el bocadillo y el cigarro, me volví a montar en el autobús siendo un poquito más inmortal y me puse a releer ‘limbo’, un libro de agustín fernández mallo en el que narra varias historias entrelazadas. Es curioso cómo puedes estar sentado seis horas y media de viaje infernal en autobús codo con codo con una persona y no dirigiros absolutamente ni una palabra, ni un monosílabo, nada. Mallo cuenta en el libro la búsqueda del sonido del fin que hace una pareja por norteamérica y sus desiertos, que es como una especie de residuo ancestral de sonidos, algo así como el eco que queda suspendido en el tiempo o el sonido puro, el alma. A mí me parece semejante a la poesía desnuda que buscaba juan ramón jiménez ayudado por su mujer, la poetisa zenobia campubrí aymar, pero no sé si mallo estará de acuerdo, o a la búsqueda de la belleza pura que es mi lucha, en la pintura. Caí en la cuenta entonces, ignoro cuál fue la relación que mi cerebro hizo para llegar hasta ahí, de que me fascina el metro, me gusta su olor a carburante y humanidad mezclado con la suciedad y la humedad del subsuelo, sus luces frías artificiales y sus prisas, su simbología urbanita (es el lugar que más puede decirse que forma parte e identifica al concepto ciudad, porque sin el metro la ciudad no es tal y sin una ciudad no hay metro, por tanto el metro para la ciudad es definitorio), es un sitio familiar y acogedor, es como llegar a casa en un espacio que en realidad es una frontera, el terreno entre dos puntos, eso que tienen en común las estaciones, los metros, los aeropuertos, que son tierra de nadie (seguro que kevin opina que a mí me gusta el metro por lo que tengo de cucaracha). Pensé también en la discusión que tuvimos miguel y yo en la terraza del bar donde trabaja su novio mientras yo me emborrachaba con cerveza y fumaba encadenadamente un cigarro tras otro (belial dice apropiadamente para mi texto que el novio de miguel es como si hubiera salido de un anuncio de colonia, a lo mejor por eso le gusta a miguel, porque es experto y amante de la perfumería como arte y alquimia), sobre la mierda de ballena que se llama ámbar gris y que se usa en perfumería y cosmética aunque miguel sostenía erróneamente que no era así, sino que se usaba el semen del mamífero marino, que también se usa. Chanel n.5 lleva ámbar gris como ingrediente para realzar y mantener más tiempo las notas de olor de los distintos componentes. Y me pregunté si la mierda de ballena no sería una especie de catalizador del sonido del fin de los perfumes. 
Llegué a málaga y comí piedra filosofal con forma de hamburguesa del mcdonald’s, esperé dos horas en la estación de tren y viendo a un padre correr detrás de su hijo pequeño, me planteé una cosa que se me escapa y por eso pienso a menudo, la razón por la que la gente fea tiene hijos sabiendo que con semejantes genes los condenan a una vida de fealdad y desdicha. Me monté en un tren al lado de un gordo que comía gomitas mientras veía juego de tronos en su macbook y me bajé en bobadilla con dos alemanes rubios mochileros muy guapos (un chico y una chica), y un viejo marica con unos pantalones cortos blancos estampados con flores que no existen que mantenía una conversación telefónica de cosas del día a día con su hermana a la que le decía que era muy pesada constantemente porque ella le aconsejaba e insistía en algo que él daba por supuesto y que yo ignoro por falta de datos.
Recordé gracias a que estaba escuchando la conversación de la marica vieja, otra conversación de marica. Recordé que el sábado por la noche, después de comernos un bocadillo de calamares (que en realidad no eran calamares sino anillas de pota) en antón martín en el bar donde nació la palabra castizo, estuvimos kevin y yo un buen rato esperando el autobús para pinto en frente de atocha y nos encontamos a una que es del gremio, como dice belial de los maricones, que le contaba a una chica su vida de manager de tienda de moda, pero él es muy zen aunque no lo parezca, que una de sus ídolas absolutas es la kardashian, porque ha levantado un imperio de la nada solo con un video porno y obviamente si se casa no se va a poner el apellido de su marido eliminando el suyo, en todo caso se lo pone detrás, él se siente muy identificado hasta en lo del vídeo porno y claro. Él no escuchaba la expresión ‘bar de ambiente’ desde que terelu estaba delgada, esa expresión es muy de 1997, se ve que para él 1997 era como el pleistoceno de chueca. Llevaba tres días fuera de casa y su madre no le iba a decir nada cuando llegara, porque su madre sabe perfectamente que si de vez en cuando no se evade esto es insostenible, ignoro qué era 'esto' en particular, supongo que se refería a su vida de moderna como manager de una tienda de moda (lo cual se me antoja una cosa durísima, tan cuesta arriba que yo no podría soportar más de tres días seguidos sin suicidarme), tanto es así que se había duchado en casa de óscar y se había tenido que poner los mismos calzoncillos, nena, y lavarse los dientes con el dedo!, que no hay nada más underground ya que lavarse los dientes con el dedo y ducharse y ponerse los mismos calzoncillos. Me parece que se llamaba jose o javi, no me acuerdo.

Y ya después tomé otro tren hasta mi pueblo y llegué a mi casa. No sé para qué os cuento todo esto.

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