Descomposición y podredumbre.


Lo noto, 
me estoy descomponiendo de a poco.
Aunque supongo que la cosa no es nueva,
sino que viene de largo
(yo empecé a morirme hace mucho tiempo,
hace más de veinte años),
pero ahora tal vez el asunto es más acusado
o huele peor, porque muy a mi pesar,
ya llegó el verano.

Me observo a veces
desde lejos para no espantarme, y está claro:
no me llamo Lázaro
y estoy pudriéndome a chorros.
Como un cadáver bajo dos centímetros de tierra
que aflora en el agosto andaluz seco y malo
a la superficie, 
hinchado
por los vapores internos de la podredumbre y
listo para festín de bichos,
gusanos en ingentes cantidades
y otras alimañas carroñeras.
Ayer mismo salió arrastrando las antenas
una cucharacha gorda y plenamente feliz
de debajo de mi cuerpo
que me miró con los ojos vidriosos
de quien mira el infinito
y me dio las gracias con desgana y educada.
Por no hacer mención
del enjambre de moscas enarboladas
que se me meten bajo los párpados
y no me dejan ver absolutamente nada.

Pero era evidente que esto iba a pasarme
más tarde que temprano
(a mi pesar uno no se muere nunca cuando quiere),
porque yo, que la vida se me antoja
invivible, cuesta arriba, insoportable,
siempre he sido pasto del arte o de la muerte
o de las pajas 
o de las lágrimas.

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