Viernes noche.




El viernes por la noche salí a tomarme una cerveza sin intención de tomarme más de tres cervezas, pero es bien conocida por todos mi afición indecente por el alcohol, por la noche y por la indecencia.
Así que pasó lo inevitable y de estar acompañado por dos médicos en un bar repugnante de comida internacional que olía a tomates pasados y que sin ningún tipo de decoro mezclaba tapas de sushi con cocina mexicana, hablando de arte y comiendo tallarines gordos como gusanos de caño sucio con sabor a salsa de soja (es bien sabido por todos, ya lo dijo cuerda, que los médicos son los que más formación humanística tienen de todos los científicos), pasé a estar rodeado de maricones en el tictac (quiero morir en una discoteca llena de maricas), un bar al que satanás iría si le gustara chupar pollas en un baño oscuro y repugnante rodeado de salidos cincuentones o disfrutar de las actuaciones drag más decadentes y maravillosas de la historia, perpetradas por enormes moles de carne y grasa embutidas en vestidos de tubo y medias de rejilla de sesenta céntimos que son copias sacadas de un chino de divine con exceso de maquillaje y sustancias estupefacientes, mientras sigues bebiendo y espantando a los moscardos que vienen a ti como las polillas a la luz (debí decir como mariposones nocturnos a la luz) con una mano y con la otra sujetas la birra intentando que el alcohol y tu ingenio mordaz te salven de los chistes envenenados que te lanza como dagas desde el escenario la maravillosa copia andaluza de harris glenn milstead.
Es evidente que miguel me hace de escudero fundamental en esas noches frívolas que tanto disfruto, a pesar de su insistente manía insultante de sorprenderse por la cantidad ingente de gente que entra a ligarme por el indudable atractivo de mi bigote. Fue en una de esas que alguien me llamaba la atención por mi mostacho de cepillo fascista mientras fumábamos en la puerta decidiendo si nos íbamos al granero, cuando un octogenario ridículo y porteño de gafas patéticas y funeral en la entrepierna, me plantó un beso a traición que me hizo temblar de repugnancia y rechazo a la vez que se me desencajaba la cara mientras lo insultaba a voces limpias (creo que mi ropa de caballero antiguo lo hizo creer que yo soy uno de esos chapemos a los que él pagaba cuando todavía se le levantaba el cacahuete allá por la independencia de las colonias americanas), porque lo que no me pase a mí de noche, no le pasa a nadie, me cago en dios veinte millones de pares de veces, la reconcha de la recontramilputa que lo remilparió, está visto que no se puede ser amable con la gente jamás porque el mundo es un hervidero de cretinos y subnormales.
Así que después de repasar todos los bares de ambiente de granada y reírme mucho con miguel, bailar y disfrutar de la noche, la belleza y la juventud como un cochino en una zahúrda, también después del desaire equivocado, impertinente e imperdonable de benito; él y yo salimos del granero (una discoteca enorme y abarrotada a la que solo van maricones a pesar de ser mixta, de hecho había una pareja hetero en un rincón dándose el lote y hasta el segurata los señalaba desconcertado), rumbo a casa porque yo decidí que ya estaba suficientemente borracho como para dormir seis meses seguidos.
Él me miró cruzar gran vía en zigzag atentamente y se fue a acostarse. Yo hice lo mismo y me perdí en la noche rumbo a la cama luchando contra los efluvios del alcohol y el frío, sin saber que a escasos cinco minutos de mi casa, tres mierdas cobardes y miserables de la peor calaña moral, se iban a bajar de un coche al verme solo y borracho en la calle a las cinco de la mañana y me iban a rodear como una panda de hienas para exigirme que les diera un dinero que no llevaba porque me lo había bebido, mientras uno me apuntaban a la cara con una navaja para robarme una cartera en la que sólo había ochenta céntimos; y que al decirles la verdad, que no tenía dinero, me iban a tirar un navajazo al vientre que pude parar con la muñeca de puro milagro, intuición y reflejo; pero mientras veía estupefacto mi sangre manar como una fuente, uno de los de detrás me metería la mano en el bolsillo para llevarse la cartera mientras yo les gritaba lo hijos de puta y cobardes que son. Después de la estupefacción y el bloqueo llegó el pánico: me desangraba a chorros y no sabía cómo pararlo (que te den una puñalá que te quepa dentro de la hería un toro, el torero, la ganadería y hasta el mayorá), llamé a jesús, que es mi hermano y mi médico (no al redentor de la humanidad, no, de ese paso), pero no contestaba porque estaba dormido, así que yo, que miraba mi sangre manar y no sabía qué hacer, me acerqué a un basurero cretino que dio un salto para atrás diciéndome que no me arrimara a él (luego el policía dijo que eso era un delito de omisión de socorro, pero que le den por culo al basurero cretino), seguí insistiendo en llamar a jesús hasta que me contestó, me dijo que me taponara la herida (por cierto que he arruinado un perfecto pañuelo rocker negro, tenéis mi permiso para regalarme los que queráis), me llevó al hospital y me canceló la tarjeta de crédito (yo estaba demasiado borracho y estupefacto como para pensar en esas cosas).
Así acabó mi noche, borracho y herido en un pasillo de urgencias con una guiri que lloraba porque no sabía qué hacía allí recién despierta de un coma etílico en una camilla, unos pocos de viejos con achaques y un yonki que le daba la chapa a la guiri diciéndole cosas como que era muy guapa o que él ya había estado otras veces como ella y que de eso uno se recupera (normal, eres un perla, pensé yo).

Al día siguiente otros cinco gitanos mataban a puñaladas en un atraco a un chico holandés de 21 años que volvía de fiesta (fiesta que le prometió su erasmus en una de las ciudades más hermosas del mundo y más solicitadas por los estudiantes extranjeros) tres calles más allá de donde a mí me atracaron.

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