Viernes.


Hoy es viernes y no pasa nada.
Un día frío de diciembre y apagado,
probablemente no lloverá o quizás sí,
de todos modos no pasará nada.
Las calles están vacías al salir de casa
y es todo como en ese sueño
en el que deambulas
por una ciudad abandonada
y el viento agita los papeles
y el polvo. O tal vez el sueño
fuera de una película que vi.

Ya he dicho que es viernes en diciembre
y es verdad, el año se acaba
con su melancolía y me muerde
como una rata que a punto de morir
muerde las piernas de su asesino.
Es un viernes que seguro muchos
aman o sufren, qué más da,
en mi parte del mundo
es distinto, es frío, abandonado,
un día que parece domingo, un disparate.

Cuando consulto a mis amigos
más allegados estas inquietudes y otras cosas,
ellos lo achacan casi siempre
a mi natural pesimismo, a mi inactividad
o a que mis gafas estén desgraduadas.
Se equivocan y exageran, lo aseguro,
lo que verdaderamente pasa,
y no es por mi culpa,
es que nunca pasa nada.

Chau.

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